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'TESTIMONIO: Endecha del obrero de maquiladora
por Omar Gil y David Bacon
La Opinion/Pacific News Service
Domingo, 22 de octubre de 2000

Soy de la ciudad de México.

Mi padre tenía un negocio allí, una pequeña librería. Fue entonces que, debido a la devaluación del peso, su tienda se arruinó. Yo tenía 11 años. Mis padres buscaron trabajo en la ciudad de México, pero no pudieron encontrar nada, por lo que terminaron viniéndose a la frontera, aquí a Nuevo Laredo.

Así que fui a la escuela en la frontera. Mi plan era volver a la ciudad de México a la universidad, para estudiar física y matemáticas o leyes, pero como no tenía dinero me tuve que poner a trabajar.

Al principio comencé a tomar clases para reparar aparatos de aire acondicionado, porque quería prepararme para conseguir un trabajo mejor. No tenía intención de trabajar a tiempo completo, sino de estudiar y trabajar al mismo tiempo.

Pero cuando se trabaja en las maquiladoras, en verdad que no es posible asistir a la escuela, fundamentalmente por la falta de tiempo. También hay otra cosa, y es que la paga es baja y el trabajo no tiene seguridad. No he perdido la esperanza todavía, pero ya no estoy seguro al 100%. Ahora hay otros factores también. No tengo tiempo para descansar y me estoy quedando físicamente agotado.

Desarrollo estancado

He estado en estas fábricas desde que tenía 19 años. Ahora tengo 26. No tengo tiempo para ningún tipo de distracción --salgo del trabajo tan cansado que no tengo ganas de ir a ningún lado el fin de semana. Todo mi desarrollo como persona ha quedado detenido porque, cuando no estoy trabajando, lo único que quiero es descansar. Siento que se me pasó la juventud.

Conseguí mi primer trabajo en una maquiladora años atrás, en 1993, en Delphi Auto Parts. Pagaban 360 pesos por semana (unos 40 dólares). Los capataces nos hacían mucha presión para que trabajáramos duro y produjéramos mucho y también había muchos accidentes porque las líneas de ensamblaje estaban mal diseñadas. La compañía no nos daba suficiente equipo de protección contra los productos químicos del lugar de trabajo y el sindicato no hacía nada por protegernos.

Pasé de Delphi a National Auto Parts, donde preparábamos radiadores para Cadillacs y Camaros. Había mucha enfermedad allí y accidentes también. No teníamos ventiladores que expulsaran los humos de la planta y tampoco nos daban guantes, así que la gente se la pasaba con cortadas en las manos.

Yo trabajaba en un área donde había mucho plomo. Si uno trabaja con plomo, se supone que debe llevar una ropa especial y lavarla por separado. Pero teníamos que trabajar con nuestra ropa de calle.

Nos pagaban 400 pesos por semana (unos 43 dólares). Carecíamos de sindicato y los capataces nos presionaban igual de duro que en Delphi para que produjéramos.

Ahora llevo un mes y medio con TRW. Las condiciones de trabajo no han cambiado --o, si lo han hecho, ha sido para peor. Uno podría decir que esta situación es de trabajo forzado, si se considera cómo hablan los capataces de los obreros y cuánta presión psicológica ejercen sobre nosotros.

Trabajamos un promedio de 14-15 horas al día. No hay servicio de transporte, por lo que tenemos que despertarnos a las cuatro de la mañana. Usualmente, nos tenemos que esperar hasta las siete de la mañana antes de que pase el primer autobús público. El viaje de ida y vuelta cuesta 20 pesos. Eso representa una parte muy grande del sueldo.

Mi trabajo consiste en doblar cables de acero para los cinturones de seguridad del GM, Ford y algunos modelos de carro europeo. El cable tiene como un centímetro de grueso y tengo que doblar unas 3,500 piezas de cable al día. Me duelen tanto las manos que apenas puedo dormir por la noche --y me levanto cada mañana pensando que lo tengo que hacer una vez más. He pedido que me den otra posición, pero nadie quiere cambiar porque saben que a los que les toca este trabajo siempre les duelen las muñecas.

Hacer algo

Creo que en tres o cuatro años mis manos van a quedar inutilizadas. He pensado en conseguir otro trabajo. ¿Que más puedo hacer?

Dicen que el trabajo en las maquiladoras es el mejor pagado de la ciudad. Pero no hay mucha diferencia de una fábrica a otra.

Después de trabajar para Delphi un año, me invitaron a unirme a un grupo laboral para que aprendiera sobre los derechos del trabajador. La gente de este grupo dijo que las cosas tienen que cambiar. Al principio, no estaba decidido a hacerlo porque me daba miedo meterme en problemas --que me corrieran del trabajo o que me pasara otra cosa mala.

Oí del movimiento en 1994, cuando Martha Ojeda (actual directora de la Coalición para la Justicia en las Maquiladoras) y otros estaban tratando de democratizar el sindicato en la fábrica de Sony, para hacer que representara a los trabajadores y luchara por sus derechos. Por muchos años, Martha trató de democratizar los sindicatos de aquí. Pero los líderes sindicales de la ciudad de México se negaron a darle reconocimiento. En 1994, el secretario sindical general la denunció por agitadora y comunista, con lo que se vio forzada a marcharse. Pero se hizo una persona muy conocida entre los trabajadores, pues trataba de ayudarlos también en otras plantas. Entonces pareció que todo el mundo se estaba dedicando a describirla como si fuera un espanto y a usarla como ejemplo de las cosas temibles que podían pasarle a un trabajador si se metía en esos problemas.

Pero, un par de años después, cuando me invitaron a unirme a uno de esos grupos de nuevo, sí fui.

Me invitaron a un taller de aprendizaje sobre cuestiones de salud y seguridad --los problemas que causa el realizar movimientos repetitivos. Me di cuenta de que no hay nada malo en mostrarle a los obreros los peligros del trabajo.

Las compañías y los periódicos dicen que estamos poniendo en peligro la existencia de las maquiladoras, pero lo que hacemos es simplemente mostrar lo que está mal de la forma en que se organiza el trabajo. Cuando entendí eso, decidí convertirme en un organizador voluntario. Todo lo que aprendí lo pasé a otros, con la intención de que sirva a todos.

Los movimientos de este tipo comienzan con grupos pequeños, pero se van desarrollando y creciendo más y más. Muchas personas dirán que uno está perdiendo el tiempo porque nada puede cambiar. Pero yo les digo que no es cierto. Nada puede cambiar cuando nos quedamos sin hacer nada. Hay que seguirlo intentando. Y lo poco que podamos lograr, va a crecer, paso a paso.

Omar Gil radica en Nuevo Laredo, Tamaulipas, México. Pacific News Service.

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